¿Un gato con alma? Reflexiones después del Rey León
Autor: Cuido Mininos
¿Quién no lloró con El Rey León? Con esa música que aún retumba en el pecho. Con esa escena del amanecer, del rugido en las alturas, del padre que enseña y del hijo que aprende…Sí, es una historia de leones, pero para quienes amamos a los gatos, esa película tocó una fibra mucho más profunda. Porque en Simba, también vimos a nuestros mininos.
Mininos: pequeños reyes de nuestras casas
Simba, como muchos gatos, nació curioso, juguetón, algo desafiante. Con ese brillo en los ojos que dice: "Quiero explorar, pero necesito saber que estás ahí por si algo pasa".
¿Y no es eso lo que vemos cada día en nuestros gatos? Ese equilibrio perfecto entre independencia y apego, entre orgullo y vulnerabilidad. Desde que vimos El Rey León, muchos entendimos —por primera vez y sin palabras— que los felinos no son fríos. Son profundos, son leales a su manera y son sabios cuando el mundo no los interrumpe.
La sabana, el hogar, el orden natural… y la convivencia
La película no era solo sobre un león. Era sobre un territorio. Un entorno vivo, vibrante, complejo. Donde cada animal tenía un rol, un ritmo, un lugar. Donde el equilibrio lo era todo. Y ahí está la lección que como humanos a veces olvidamos: los animales saben vivir entre ellos. Somos nosotros quienes interrumpimos su danza.
Los depredadores respetan. Los más pequeños saben cuándo callar. Los ciclos fluyen. La cadena no se rompe. Hasta que el humano llega con jaulas, ruido y cemento. El Rey León fue —y sigue siendo— una historia sobre cómo la vida animal tiene su propia armonía. Una armonía que nuestros gatos, aunque domésticos, aún llevan dentro. ¿No lo notas cuando miran por la ventana, en silencio? Cuando se agazapan con precisión salvaje, aunque solo persigan una mosca imaginaria
Del rugido al ronroneo: lo salvaje vive en casa
Simba tenía un rugido que despertaba el respeto. Nuestros gatos tienen ronroneos que sanan. Ambos son lenguaje, son poder y nacen del corazón de un felino que sabe quién es. Y es ahí donde El Rey León nos enseñó algo más: que nuestros gatos, aunque vivan entre cobijas, aunque se suban al sofá y se duerman sobre nuestras agendas, siguen siendo parte de ese linaje noble. Tienen en la sangre la historia de los que observan en silencio. De los que eligen cuándo amar y cuándo retirarse. De los que enseñan sin decir palabra.
El ciclo de la vida, también en casa. "El ciclo sin fin que nos mueve a todos" decía Rafiki. Y vaya que tenía razón. Nuestros gatos nacen, exploran, aprenden, envejecen…Y nos enseñan sobre presencia, sobre instinto, sobre ternura sin etiquetas.
El Rey León no fue solo una película de infancia. Fue —y sigue siendo— una invitación a mirar a los animales con otros ojos. No como objetos. No como decoración. Sino como almas que sienten, que piensan a su modo, que conviven con nosotros... cuando los dejamos ser quienes realmente son.
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